La soledad



La verdad es que siempre fui ese, aquel que supo de la soledad en un instante. La edifiqué a mi gusto; siempre le tendí una mano y nunca la solté. Mañanas, tardes y noches fueron testigos de un episodio de dos. El aura se forjó de ensueño: creyeron, y muy convencidos, que nos vieron como uno solo. Así es, aunque parezca extraño, ella tiene en mí lo que nadie más puede: el alma. Me ha enseñado a amar y a dejar de querer, pero nunca a odiar. ¿Será que en el fondo radica el mismo significado, el del amor? Nadie lo comprende; ninguno se atrevería a convivir con esa verdad, una que solo ella puede enseñarte: que para vivir mejor hay que estar bien con uno mismo, que al mundo venimos solos y que solos nos vamos, y que es por ella que sobrevivimos a todo lo mundano.

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